Artículo publicado
en Technology and the Soul. From the Nuclear Bomb to the World Wide
Web. (Collected English Papers, vol. 2, Spring Journals, 2007).
Traducción de Helena HD.
Con gratitud al pensador por permitir la traducción y publicación de este artículo.
Con gratitud al pensador por permitir la traducción y publicación de este artículo.
Por Wolfgang Giegerich, 1992
El tiempo, el tiempo en el que vivimos,
parece ser un a priori dado, totalmente fuera del alcance de
los humanos. Los griegos dieron a estos el nombre de "los mortales"
por estar inevitablemente sujetos al tiempo y limitados por él, en
contraposición a los dioses, que disfrutan de la eterna juventud. Pero, por
supuesto, también es bien sabido que la idea y la experiencia del tiempo ha
cambiado en el curso de la historia humana. Distinguimos, por ejemplo, el
sentido circular del tiempo que experimentan los pueblos más arcaicos del
sentido lineal del tiempo que rige nuestro ser-en-el-mundo moderno. En cierto
sentido, por lo tanto, el tiempo debe ser tema de la historia humana en la
misma medida que la historia humana antes parecía sujeta e integrada en el
tiempo. Se puede salir de esta contradicción si uno distingue dos clases de
tiempo, el tiempo real (tiempo (a)) por un lado, y la idea o experiencia de
tiempo (tiempo (b)) por el otro. El tiempo (b), como una concepción humana,
entonces estaría contenido en el tiempo (a) y sujeto a ello, el Tiempo
todopoderoso de la historia. Filosóficamente, sin embargo, el truco de separar
dos clases de la misma cosa nunca es muy convincente, y aquí también, una
rápida reflexión nos obligará a darnos cuenta de que el tiempo (a) debe ser
tanto una idea humana como el tiempo (b), así que el problema retorna.
En lugar de tratar de resolver este dilema
de manera filosófica, aquí quiero demostrar, de manera concreta, que nuestro tiempo,
el tiempo histórico lineal, en el cual ocurrieron los hechos de la física, la
evolución de las especies, la historia de la humanidad, así como ocurren
nuestras vidas individuales, es el producto de una invención original y de una
fabricación. Por supuesto, esta fabricación no tiene lugar en las fábricas,
sino en la industria primaria de la imaginación del alma.
Podemos recurrir a los profetas del
Antiguo Testamento con el fin de presenciar el proceso de la fabricación del
tiempo histórico.