Artículo publicado
en Technology and the Soul. From the Nuclear Bomb to the World Wide
Web. (Collected English Papers, vol. 2, Spring Journals, 2007).
Traducción de Helena HD.
Con gratitud al pensador por permitir la traducción y publicación de este artículo.
Con gratitud al pensador por permitir la traducción y publicación de este artículo.
Por Wolfgang Giegerich, 1992
El tiempo, el tiempo en el que vivimos,
parece ser un a priori dado, totalmente fuera del alcance de
los humanos. Los griegos dieron a estos el nombre de "los mortales"
por estar inevitablemente sujetos al tiempo y limitados por él, en
contraposición a los dioses, que disfrutan de la eterna juventud. Pero, por
supuesto, también es bien sabido que la idea y la experiencia del tiempo ha
cambiado en el curso de la historia humana. Distinguimos, por ejemplo, el
sentido circular del tiempo que experimentan los pueblos más arcaicos del
sentido lineal del tiempo que rige nuestro ser-en-el-mundo moderno. En cierto
sentido, por lo tanto, el tiempo debe ser tema de la historia humana en la
misma medida que la historia humana antes parecía sujeta e integrada en el
tiempo. Se puede salir de esta contradicción si uno distingue dos clases de
tiempo, el tiempo real (tiempo (a)) por un lado, y la idea o experiencia de
tiempo (tiempo (b)) por el otro. El tiempo (b), como una concepción humana,
entonces estaría contenido en el tiempo (a) y sujeto a ello, el Tiempo
todopoderoso de la historia. Filosóficamente, sin embargo, el truco de separar
dos clases de la misma cosa nunca es muy convincente, y aquí también, una
rápida reflexión nos obligará a darnos cuenta de que el tiempo (a) debe ser
tanto una idea humana como el tiempo (b), así que el problema retorna.
En lugar de tratar de resolver este dilema
de manera filosófica, aquí quiero demostrar, de manera concreta, que nuestro tiempo,
el tiempo histórico lineal, en el cual ocurrieron los hechos de la física, la
evolución de las especies, la historia de la humanidad, así como ocurren
nuestras vidas individuales, es el producto de una invención original y de una
fabricación. Por supuesto, esta fabricación no tiene lugar en las fábricas,
sino en la industria primaria de la imaginación del alma.
Podemos recurrir a los profetas del
Antiguo Testamento con el fin de presenciar el proceso de la fabricación del
tiempo histórico.
Originalmente, la palabra profética era
oral, dirigida a la gente de los tiempos proféticos y a la comunidad. Pero en
un momento dado la profecía llegó a comprometerse con la escritura; se volvió
literatura. Isaías, después de haber sido rechazado por los círculos dirigentes
de Jerusalén, resuelve: "ata el testimonio, sella la ley entre [es decir,
ya sea: en presencia de, o: en] mis discípulos" (Isaías 8:16) (1). Una
interpretación más libre en una traducción en lengua moderna (2) de este versículo
dice: "Encomendaré las advertencias e instrucciones de Dios a aquellos que
me escuchen, así las mantendrán a salvo como el dinero en una bolsa firmemente
atada". ¿Por qué quiere guardar la palabra de Dios a salvo? Porque cuenta
con el futuro para confirmar la veracidad de su profecía. "Y yo",
dice el siguiente versículo, "aguardaré al Señor, que escondió su rostro
de la casa de Jacob, y a él esperaré [expectante]".
Este pasaje es el documento de un
acontecimiento psicológico de grandes consecuencias. He aquí algo
extraordinario que acontece en la realidad de la vida del alma. La experiencia
religiosa (la palabra profética) no es liberada al mundo, ni es entregada a la
época del profeta para que pudiera ser tan eficaz o ineficaz como podría ser
por su propio acuerdo. Se inmoviliza y se mantiene reservada. Se sella y
protege como el dinero en una bolsa herméticamente cerrada. Liberar siempre
implica también renunciar. La palabra hablada, en tanto liberada, se ha
escapado. Ya no está más bajo el control de la persona que habla. El acto de
escribir, por el contrario, mantiene la palabra en la posesión del receptor de
la revelación. Psicológicamente, el acto de sellar tiene el efecto de
intensificar el poder de la palabra, ya que la concentra y la retiene.
"Y aguardaré al Señor y expectante le
esperaré." Isaías obviamente está esperando el momento en que la palabra
profética que recibió en su experiencia reveladora y la realidad histórica
social, coincidan. Como hemos escuchado en la segunda estrofa, Dios se escondió
de su pueblo. El profeta responde a esta ocultación por parte de Dios,
ocultando y sellando su profecía. De esta manera la insistencia absoluta en la
verdad de la palabra de Dios, es decir, en la congruencia exacta de la
experiencia religiosa personal y la realidad pública puede permanecer intacta.
Es simplemente inconcebible e intolerable—parece pensar Isaías—que una
experiencia arquetipal, una visión o una revelación auditiva, no coincida con
la realidad de la gente. La visión que he tenido, debe cumplirse
en la realidad externa.
Vemos en Jeremías qué poderosa puede ser
la voluntad de realización. Jeremías "una vez acusó abiertamente a su Dios
de traición" (3): "¿serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que
no son estables?" (15:18). La discrepancia experimentada entre la palabra
y la realidad simplemente no es tolerada. No hay decepción, desilusión, o
relativización, ni hay, como hubiera sido característico de la época mítica de
ser-en-el-mundo, una distinción entre la verdad arquetipal y la empírica, de
modo que una meramente es reflejada en la otra sin que literalmente coincidan.
Aquí simplemente debería haber una coincidencia. Pero debido a que esta demanda
de coincidencia no se cumple, se desplaza desde el presente hacia un futuro
lejano como el único lugar donde esta coincidencia todavía podría tener una
oportunidad: Lo que no es verdad, puede, o mejor dicho,
ciertamente tendrá que volverse verdad. A la inversa,
podríamos decir que esta es la invención del futuro, que es el modo por el cual
la voluntad de una retención absoluta de la realidad se edifica a sí misma.
Aquí testimoniamos el nacimiento del
futuro (futurum), sin el deseo de una comprensión literal del contenido
de una visión espiritual o de una experiencia arquetípica. Este futuro, como el
lugar de los deseos, o más bien de la voluntad y la demanda de poder, no
existió siempre. Fue inventado: fabricado mediante un
procedimiento claramente definible. El método de esta invención es que la
experiencia espiritual de un presente dado se compromete con la escritura y por
lo tanto se guarda y se conserva más allá de su propio presente. O más bien:
este mismo presente se congela. No se permite el paso natural hacia su fin,
para ser sucedido por un nuevo presente. Aquí 'presente' no significa el punto
vacío y abstracto de un 'ahora' en el eje del tiempo lineal. El presente es de
una cualidad determinada, en nuestro caso es el contenido de una experiencia
religiosa particular. Encerrando el contenido de este presente (la palabra
revelada a Isaías) se hace posible extender y aferrarse a este presente más
allá de su tiempo. Así, todo tiempo futuro sólo será el presente ampliado, el
presente presente extendido, es decir, el presente de
entonces, la revelación de Isaías, un presente que posiblemente podría
extenderse hasta el infinito. Se detiene el flujo del tiempo original. La
llegada (futuro como "el tiempo a venir", cf. el término alemán Zukunft:
convencionalmente = "futuro", pero literalmente "lo que viene a
nosotros") de nuevos acontecimientos, de un nuevo presente tras otro, así
como de nuevas revelaciones, se bloquea, porque este presente conservado se
extiende de tal manera que asume el papel de todos los tiempos, del tiempo como
tal.
Todo lo que ocurre se convierte así en un
mero "momento" (en el sentido de un elemento constituyente, etapa, o
estadio) en el desarrollo de este momento extendido (en el sentido temporal).
El tiempo lineal, que es el tiempo que rige nuestro propio sentido del tiempo y
sobre el cual descansan nuestras ciencias (la física, así como la historia), es
un producto "artificial". Es el producto de absolutizar un único
momento particular fuera del flujo de momentos en el tiempo original. Así como
Dios, el creador, abandonó las filas de divinidades míticas, que siempre habían
sido deidades naturales, deidades de la naturaleza, y se elevó
por encima de toda la naturaleza, estableciéndose a sí mismo como el creador
sobrenatural extramundano del mundo natural, así aquí un solo momento se eleva
por encima del flujo natural de los acontecimientos y se declara a sí mismo
como el tiempo mismo, el único y verdadero tiempo. El tiempo de la física y la
historia, de la astronomía y la evolución biológica no es realmente el tiempo,
el "verdadero" tiempo (en el que, por supuesto, también
tiene que haber una época de pensamiento mítico que por la razón que sea no
tenía una idea de tiempo lineal). Más bien, es sólo un momento del tiempo
original. Esto nos obligaría a darnos cuenta que la evolución astronómica y
biológica y la historia de los historiadores no son más que aspectos de un solo
momento fijo. La física, la biología, la astronomía, la historia son una
elaboración y un desarrollo del contenido imaginal de este único instante
cualitativamente determinado, que ha sido separado de la duración infinita,
mientras que todos los otros instantes o presencias (momentos presentes
caracterizados por una cualidad particular) han sido simultáneamente excluidos.
También podemos verlo desde otro punto de
vista. Si Isaías no hubiese guardado su revelación como joyas en una caja
fuerte, entonces otras experiencias religiosas de una naturaleza totalmente
diferente podrían haberle ocurrido a él o a aquéllos después de él. En el mundo
constituido mitológicamente, cada presente tenía su propio dios o mito como la
imagen interior de su sustancia cualitativa. Ahora era el momento de nacer,
ahora de la guerra, del amor y la procreación, de la oscuridad, la sequía, la
cosecha, la enfermedad, de la fiesta del solsticio, o de lo que tocase. El
tiempo era el advenimiento de situaciones arquetipales siempre nuevas, es
decir, la manifestación de diferentes dioses, cada uno apareciendo en su
momento y desplegando su naturaleza en un mito particular. Isaías, por así
decirlo, apunta a un mito fuera de la gran cantidad de mitos diversos,
convirtiéndolo en el único mito, un súper-mito. Expande y pliega este único
mito (antiguamente intratemporal) sobre el tiempo mismo, por lo que
de ahora en adelante, la naturaleza del tiempo no será otra cosa que el
desarrollo de este mito particular. El momento mismo o el mito pierde su
cadidad (cada uno en su momento determinado y por lo que dure) y se vuelve
absoluto.
Es como si un solo poema de nuestra
historia literaria entera se elevara a la posición de el poema,
de modo que todos los otros poemas tuviesen que ser considerados como meras
explicaciones o ejemplos de aspectos individuales contenidos en este
súper-poema. O como lo que un entendimiento popular alega que es la intención
inmanente de la filosofía de Hegel: esa filosofía en la cual todos los
filosofemas existentes de toda la historia entera de la filosofía son sólo
momentos particulares. O como en la psicología del desarrollo, por ejemplo, de
Erich Neumann, quien distingue un arquetipo (la Gran Madre) dentro de la
categoría de todos los muchos arquetipos y deidades y reduce a todos los demás,
ya sea a acompañantes o a meras fases en el desarrollo de este principio
arquetípico.
La naturaleza del tiempo se ha vuelto del
revés. En un acto de usurpación, una "pieza" interna del tiempo
declara ser el tiempo en general. 'Salvación' es el modo en el que un solo
presente se apodera de todo el futuro y le impone su tema como único. Es el
modo en que este tema, que pertenece a este único presente, se eleva como causa
exclusiva y operativa en todos los "momentos presentes" de la
historia, sin embargo estos momentos quedan desprovistos de su verdadero
carácter como presencias. La sucesión de advenimientos siempre diferentes
(diferentes dioses, momentos, tiempos) se convierte en la única heilsgeschichte (historia
como el trabajo de salvación de Dios) del Dios monoteísta. La historia deja de
ser un flujo de eventos y se convierte en una narración exclusiva, en la
narración de un súper-mito, que es tarea de nuestras ciencias elaborar minuciosamente
y embellecer. La narración única y exclusiva tiene un principio, como cada
relato, su Génesis, origen—ya sea "En el principio era el
Verbo" o "En el principio era el Big Bang" o lo que sea, la
narración única tiene muchas versiones y el curso de su narración aún está en
proceso. Y tiene su final (escatología) así como su curso lineal e inequívoco
de principio a fin, el infalible aceleramiento hacia el final: la así llamada
historia.
Esto equivale a una transformación de la
esencia de futuro: en lugar de advenimiento, epifanía, el futuro ahora
significa el cumplimiento del final almacenado, diferido: el apocalipsis. En
términos cristianos, incluso el mismo advenimiento es meramente el advenimiento
de Aquél que hace tiempo se esperaba, así este advenimiento es desprovisto de
su carácter como tal. Un verdadero advenimiento es la llegada de un huésped
foráneo, su imprevisibilidad, tal vez también su extrañeza o incluso su
realidad asaltante.
Una vez que se ha comprendido esto, se
puede ver que las ciencias son la narración de este relato único, es decir, que
son un mito, un único mito todavía en el proceso de su propia construcción y
narración. Este mito sólo parece ser la verdad por la razón de
que hemos absolutizado su verdad (la cual tiene como cualquier
mito) o que hemos sucumbido a su ser absolutizado, cuya absolutización deriva
de un pasado lejano. El contenido o el mensaje de este mito es
la idea de lo absoluto. Pero esto, por supuesto, no quiere decir que la
narración de lo absoluto también fuese la narración absoluta.
Al entender esto, podemos ver a través de las apariencias con las que hemos
sido engañados, y podemos poco a poco reconocer tal vez a la física moderna, la
astronomía, la teoría de la evolución, la ciencia de la historia como gigantescas
obras de ese género literario llamado "ficción" o "bellas
letras", y así recuperarlas para el alma, para la imaginación. Al hablar
de ficción no me refiero a nada despectivo, porque no tengo una baja opinión de
la ficción. Además, no quiero sugerir que las ciencias no llegaron, como ellos
dicen, a verdades en el sentido de conocimiento fiable, y que más bien
produjeron fantasías insostenibles. Sin duda, los resultados de las ciencias,
dentro de los límites reconocidos por una actitud científica responsable, son
de hecho "verdad" (fiables). Pero: tenemos que devolver esta
incuestionable "verdad" (de los resultados científicos) de nuevo a lo
imaginal: como un momento extendido y prolongado (desde
dentro) de la imaginación mítica (tiempo). Por ciencia ficción se entiende un
determinado género de novelas, novelas futuristas. Sin embargo empezamos a
entender que las ciencias mismas—las enseñanzas y los conocimientos de nuestros
físicos, historiadores, etc.—son ciencia ficción real, literal, no a pesar de su
cientificidad, sino a causa de ella.
Después de haber ido lejos de nuestro
punto de partida, un pasaje en Isaías, me gustaría volver a él con el fin de
examinar, a la luz de nuestra discusión presente, lo que ocurre en este texto.
En 30:8 y sig. Dios le ordena a Isaías registrar Su palabra. "Ahora ve,
escríbelo en una tabla delante de ellos, y anótalo en un libro, para que pueda
quedar [más precisamente: servir como testigo] para el tiempo que viene por los
siglos de los siglos: Porque este es un pueblo rebelde, niños mentirosos, niños
que no quisieron oír la ley del Señor …".
Aquí vemos el dar alcance en el futuro. La
palabra escrita pasará a ser verdadera en algún momento del futuro y luego se
levantará como testimonio en contra de aquellos que no participaron en la
experiencia religiosa de Isaías: la palabra de Dios como una bomba de tiempo
para ellos. El aplazamiento compacta e intensifica el contenido de esta única
experiencia en una bomba. Es importante tenerlo en cuenta, ya que nos ayuda a
distinguir al profeta que está sellando su verdad entre sus discípulos del
secreto que prevalece en los cultos de misterio y en las sociedades secretas de
hombres. Mientras que en aquellos cultos esotéricos el silencio es un propósito
auténtico, el profeta aún mantiene la intención de comunicar (predicar) la
palabra, y su silencio simplemente sirve al propósito de alcanzar un final más
abrumador, de hecho una difusión absoluta en el final. Las condiciones
naturales de predicar con sus contingencias (ahora con más éxito, ahora con
menos) ya no es aceptable para él. Quiere, por así decirlo, una Endlösung,
una solución definitiva ("por siempre jamás", es decir, de una vez
por todas).
El presente y el futuro lejano se arquean
por la palabra única de la revelación. El futuro no es un presente
(advenimiento) diferente y fresco, sino sólo el cumplimiento de este presente,
la explosión de la palabra almacenada en la realidad externa. Es el último
capítulo de la narración, cuyo primer capítulo testimoniamos en la revelación
de Isaías. A partir de ahora, el hombre y todo lo que es y sucede toma
lugar en el tiempo. El tiempo se ha vuelto un marco o un
contenedor abarcador de todo lo que es, y a su vez todo lo que es se ha
convertido "por primera vez" en lo Temporal, lo Secular, mientras que
una vez, los fenómenos y los sucesos le ocurrieron al hombre como tiempo, como advenimiento,
epifanía.
Porque para Isaías el presente real es
sólo la inauguración de esta nueva forma de "presente" que llamamos
historia, y porque está esencialmente incumplida—pues su cumplimiento está
expresamente aplazado a un tiempo distante—la existencia en el tiempo se convierte
en una espera, en una expectante espera por Él (8:17). El momento cualitativo
ya no es en sí mismo circular y completo. La espera expectante es el reflejo
psicológico del sostener la respiración, y también el reflejo de la verdad
(presente) fija, detenida, lo cual en tanto que detenida está impedida de
agotarse y completarse a sí misma. El alma del hombre se pone en máxima
tensión, recibe una propulsión a chorro o de cohetes, porque la finalización de
la narración todavía no ha llegado, y el alma está por necesidad totalmente
comprometida con este objetivo distante; el momento detenido también o, más
bien sobre todo, quiere su completitud. Lo que la detención hace es dividir el
momento de su аrchê por un lado y su télos por
el otro, y dilatándolos produce una inmensa tensión interna correspondiente a
esta fisión nuclear. Así esta escisión tiene, como la escisión en una neurosis,
el carácter de una disociación: de una separación que se produce dentro
de una unidad, pero que no se disuelve. Tiene que ser entendida como
la unidad de la separación (división, manteniendo
aparte) y la unidad (manteniendo junto). Es una tensión que,
al final del eón cristiano cuando ha retrocedido desde un nivel espiritual
objetivo a la vida personal y los sentimientos empíricos subjetivos del
individuo, tiene que estar constantemente revivida y recreada por medio de
novelas o películas impactantes. Uno necesita pasatiempos y diversiones para
matar el tiempo libre entre las mitades cortadas del presente actual detenido
en su curso, y para hacer soportable la espera interminable del final
sistemáticamente diferido. Pero a la inversa, también se los necesita para
tener algo con lo que interponerse entre las dos mitades, y por lo tanto para
recrear constantemente la misma separación que hace que el tiempo esté vacío,
porque sin tal constante reconstrucción el аrchê y el télos dilatados
instantáneamente colapsarían de nuevo.
En el momento del ser-en-el-mundo mítico,
por el contrario, los thrillers y novelas de
suspense hubieran sido impensables. Porque en ese momento, cada presente
se completaba durante su propio tiempo; se liberaba en su transitoriedad desde
el principio. Ahora аrchê y télos marcan las
fronteras (los puntos inicial y final) en los extremos
opuestos de la "línea" de la duración del fenómeno. La
"línea" los mantiene separados como opuestos que se excluyen
mutuamente, y al mismo tiempo los conecta. Originalmente no eran puntos, sino
comienzo continuo, final continuo, y por lo tanto hay
que imaginarlos como dos hebras de un presente—hebras gemelas inalienablemente
conectadas, como por ejemplo las de la doble hélice de la estructura del ADN.
Empezar significaba estar en el proceso de terminar y, precisamente por llegar
a un fin, alcanzar la consumación y la perfección. Y cesar, desde el comienzo,
significaba haber terminado, muerto, ido. Esta liberación en su final equivalía
a un auto-desembolso sin restricciones por parte de los fenómenos, a su
entregarse derrochadamente, y por lo tanto a una generosidad ontológica. La conclusión
no se conservaba y sellaba como una descarga explosiva, por así decirlo, sólo
"en las últimas páginas de la novela". Estando inclinado hacia su fin
último y liberándose en éste (su télos o su imagen
arquetipal), cada momento era ontológica y lógicamente (no necesariamente
ónticamente) completo desde su mismo inicio y por el tiempo que durase. No hay
suspense. No hay desenlace reservado. Ahora, por el contrario, rige la avaricia
ontológica. (4)
Mi paradigma para la constitución del
tiempo en la situación arcaica es la carrera en el estadio (stádion) de
los primeros juegos olímpicos. Tales juegos y en particular la carrera parecen
haber tenido su origen en el culto a los muertos y en los ritos funerarios de
los héroes (como los de Patroclo, descrita en la Ilíada). (5) En
las carreras hacia la meta y en el final, el corredor representaba
visiblemente, para que cada theôrós viese, el significado o el
sentido del tiempo y de la vida. Corría en la transitoriedad de la carrera y
hacia su agotamiento, simbólicamente hacia la muerte. La conexión entre la
carrera y la muerte nace por una terminología más tardía de los médicos
griegos. Llamaron a la etapa final de una enfermedad terminal tò
stádion, la carrera hacia la meta. Pero esta meta no sólo significaba
"se acabó". También significaba cumplimiento. Para el corredor no
había terminado simplemente con la carrera y por ella. Había llegado a su meta,
a la parte superior del altar del dios (Zeus) situado al final del estadio.
Allí tenía que completar el sacrificio con el cual la carrera había comenzado
prendiendo fuego a la pila sangrienta de madera, tierra y cenizas del cual
consistía este altar, con el fin de quemar las piezas del muslo del toro
sacrificado depositado allí. Las llamas consumían las piezas del animal
sacrificado afirmando, de hecho celebrando, a la vez la muerte y el
cumplimiento de la vida. Y como Cornford y otros han argumentado, el culto a la
carrera finaliza en un Matrimonio Sagrado, con una transfiguración divina, en
la cual el corredor alcanzaba su consumación (teletê) y en la cual,
viéndolo, participaban todos los presentes. Pero es probable que en tiempos más
arcaicos el vencedor en la carrera fuera él mismo el sacrificio y que sólo más
tarde fuera un animal sustituido por él. Esto significaría que, literalmente,
corría hacia su muerte sacrificial, es decir, hacia su theôsis real
(deificación, la identidad con el dios; siendo hecho sacer). Todos
los corredores competían con todas sus fuerzas por la oportunidad de ser el
vencedor de la carrera, donde la victoria significaba ser matado
sacrificialmente.
Este es el punto en el que, haciendo un
paréntesis, podríamos referirnos al hilo de nuestras reflexiones presentes a la
filosofía de Jacques Derrida. Si escuchamos a Derrida, que caracteriza sus
propios esfuerzos como una "vacilación prolongada", si pensamos en el
lugar prioritario que le atribuye a la escritura (écriture) y a la différance,
aplazamiento, si también pensamos en su claustrofóbica (6) lectura de Hegel y
de toda la historia de la metafísica occidental, que para él exigen enemistad
hacia cualquier "presente", esto puede indicar hasta qué punto su
trabajo puede estar vinculado con el patrón de pensamiento inaugurado por los
profetas del Antiguo Testamento. La operación lógica que en ellos se
manifestaba, sólo en su tema y como su tema, como la realidad objetiva
particular de la que hablaban (una distancia literal entre el ahora y el
después como dos puntos ónticos separados en el tiempo), se ha vuelto en su
pensamiento un estilo de consciencia o una forma lógica de operación
("deconstrucción")—inmensamente sublimada, refinada, e
interiorizada—en la cual ahora puede aparecer cualquier contenido. Y surge la
cuestión a partir de la comprensión de la conexión entre presente, muerte y cumplimiento
arquetipal (teletê), de si el ataque a la "presencia" y la
estrategia de la différance no podrían tener el significado
psicológico subyacente de intentar aplazar la muerte para siempre. (7)
De acuerdo a lo que hemos descubierto, no
es casual que el libro de la historia del Occidente cristiano, la Biblia,
descargue explosivamente en sus últimas páginas en el libro del Apocalipsis
(narrando la historia de la ruptura definitiva de los sellos en el libro
sellado con siete sellos), y que esta revelación particular, a su vez pase a
ser de una naturaleza apocalíptica (catastrófica). La historia del Occidente
cristiano, como la historia del momento almacenado, detenido, tiene que correr
hacia el apocalipsis. El apocalipsis, sin embargo, ahora puede ser concebido
como el fin de este único momento, no como el fin en general. Mientras tememos
el final apocalíptico de la historia mediante una catástrofe atómica o medio
ambiental como el fin absoluto, somos nosotros los que aún equiparamos este
momento de tiempo con el tiempo en general, y de este modo se hace visible
hasta qué punto estamos ciegamente aprisionados en este único momento. El
apocalipsis, si hubiera ocurrido, sería el final de este aprisionamiento y la
entrada en nuevos momentos, nuevos presentes.
Por la forma en que se presenta nuestra
historia, parece que Isaías escribe y sella la palabra de Dios porque Dios
permanece oculto de la gente "rebelde, mentirosa": el sellado como la
reacción a la negativa por parte de la gente a escuchar y recibir. Pero quizás
sea más apropiado concebir el sellado por parte del profeta y el no escuchar
por parte de la gente como dos lados simultáneos de una y la misma situación
imaginal, de tal manera, sin embargo, que la retención de la verdad
experimentada tiene cierta prioridad lógica dentro de esta simultaneidad y este
ocultamiento de Dios de la gente es su consecuencia interna. Quizás el presente
particular con el que Isaías se enfrentaba, y que continúa siendo nuestro, es
el presente especial de la verdad escrita (y así congelada) y
de un cumplimiento reservado o aplazado a un día lejano en el tiempo, en el
futuro. Y sólo porque se trata de un presente detenido también es el presente
del ocultamiento de Dios (= la no escucha por parte de las personas) y de la expectante
espera de su profeta durante este tiempo vacío. Quizás el profeta también necesita la
"rebeldía" de las personas y su repelerle como un ingrediente
necesario de esta fantasía arquetipal particular en la cual está atrapado, con
el fin de dar la suficiente motivación e impulso para la hazaña verdaderamente
revolucionaria de efectuar la transición de la palabra oral, transitoria, a la
palabra escrita, al mensaje positivizado guardando la palabra y convirtiéndola
en una bomba de tiempo.
Si este fuera el caso, significaría que en
tanto que la verdad del momento se guarda y se retiene como el dinero en una
bolsa firmemente atada (también podríamos decir: en tanto que permanece fija
como una doctrina de fe, una verdad metafísica de filosofía o como una verdad
científica), el cumplimiento también se promete siempre de nuevo "por el
tiempo a venir por los siglos de los siglos", pero precisamente a causa de
estar guardado seguramente, nunca podría llegar a darse; sería pospuesto hasta
las calendas griegas, siempre aplazado. El incumplimiento
esencial de la esperanza expectante sería permanente. Pero a la inversa,
también significaría que el cumplimiento sólo podría ocurrir si al presente se
le permitiera ser transitorio y pasajero, lo cual es su tendencia innata desde
el comienzo. La verdad oculta en esto tendría que ser liberada a lo abierto y
entregada a su propio libre fluir, expresamente al riesgo de su (y nuestro)
morir y desaparecer. Esta sería la restitución de la verdad a la poética del
ser, el fundar la realidad en el abismo de la psique—de lo imaginal.
Especialmente en Ezequiel hay un género
particular de poesía profética que Walther Zimmerli (8) le ha dado el nombre
de Erweiswort (palabra demostrativa). En tales pasajes primero
hay un anuncio de una obra de Yahvé, y luego una declaración de propósitos
("entonces lo sabréis"). Ez. 37:12-14: "He aquí, oh
pueblo mío, yo abriré vuestros sepulcros, y os haré subir de vuestras
sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que soy el
Señor, cuando abra vuestros sepulcros, oh pueblo mío, y os
haga subir de vuestros sepulcros ...: entonces sabréis que yo
el Señor he hablado y lo he hecho, dice el Señor." En tales "palabras
demostrativas" vemos con claridad determinante cómo el núcleo de un solo momento
(una idea, un contenido arquetipal) se divide y cómo sus dos productos de
fisión se estiran y se separan, como si se tratara de un expansor utilizado
para el fortalecimiento muscular, como para formar un solo arco a través de
toda la historia futura. Ahora, en el presente, escuchamos el anuncio
anticipador de Dios de un hecho futuro. Esta es una "mitad" del
momento, su аrchê, que se separó de su télos inherente
y se puso a un lado. Y luego está la redención (futura) de esta promesa por
medio del ejercicio de la propia escritura, la cual sirve como prueba evidente
de que "yo el Señor he hablado y [verdaderamente] lo
he hecho". Esta es la otra "mitad" del mismo momento,
su télos en el que encuentra su cumplimiento. Así como
el аrchê se puso a un lado, así también necesariamente
el télos está escindido. El anuncio presente es cierto, pero
irreal porque no tiene su cumplimiento, y el apocalipsis previsto será real,
pero falso porque se producirá como un hecho meramente brutal que tiene su
sentido divino, revelador, fuera de sí mismo, en el anuncio pronunciado
milenios antes. Todo el tiempo en el medio es la conjunción de esa irrealidad y
falsedad: completamente vacío.
Debido a que el hecho particular anunciado
aquí es la apertura escatológica de los sepulcros y el resucitar a los muertos,
sabemos que el profeta no lo alcanza por un período de tiempo limitado, un
período en el tiempo de muchos años, décadas, siglos, sino por todos los
tiempos. El tiempo como tal es arqueado y "embolsado". Estableciendo
este arco tenso, que se extiende desde el ahora de la promesa hasta después de
su redención en el final de todo tiempo o más allá de éste, los profetas
crearon el marco ontológico o el esquema arquetipal para la comprensión de la
historia como un íntegro nexo significativo en el sentido de una narrativa o un
único drama. Cuando Karl Jaspers escribió un libro sobre el origen y la meta de
la historia, sólo podía hacerlo porque residía en el presente escindido y
extendido por los logros de los profetas, y podía hacerlo porque para él este
presente permaneció idéntico con el tiempo como tal. Pero también la ciencia de
la historia, e incluso la física sólo son posibles en el terreno puesto a
disposición por la situación establecida a través de la "palabra
demostrativa": porque la secuencia de múltiples eventos reales sólo puede
ser experimentada como un nexo auto-contenido en virtud de la
"palabra demostrativa", mientras que en la situación natural cada
tiempo tenía su propio origen, siempre fresco. Había muchos tiempos. El tiempo
era un nombre contable. Y cada tiempo era una entidad finita.
Además de reemplazar el tiempo como tal,
hay otra razón por la que en el pasaje citado de Ezequiel el género de la Erweiswort temáticamente
pasa a hablar de la resurrección de los huesos de los muertos visualizada y no
de otra cosa. Lo que se ha guardado, sellado, enterrado, exige
una apertura explosiva, un apocalipsis. El método de encerrar a los efectos de
una abertura intensificada al final del tiempo es sólo un lado de un impulso
cuyo otro lado es la preocupación temática y escatológica de la esperanza de
superar la muerte. El método de diferir la palabra de Dios a través de la
escritura (y por tanto congelándola, positivizándola, "matándola") es
el camino a la idea de la Vida Eterna. Este método es realmente el instrumento
con el cual la existencia humana podría salirse de su actitud natural y
transplantarse a la actitud de una esperanza escatológica. Simultáneamente,
hubo un traslado psicológicamente real de la definición de la vida desde la
cadidad de los fenómenos y de la transitoriedad hacia la eternidad y la
positividad (la Vida Eterna). Puesto que la esperanza escato-lógica
de Vida Eterna ya es resurrección de la muerte, el acto de
guardar la palabra y congelar su vida, acto por el cual somos
transportados a la esperanza, es en sí mismo la palabra prometedora
resurrección.
La narración de los profetas es de gran
expectación. Pero aquí la expectación también significa un largo suspiro. La
vida dejó de ser desde Isaías el ritmo siempre constante, "monótono"
de inhalar y exhalar, al retener su verdad en un "bolsa" cerrada,
interceptando la exhalación. Entonces, el largo suspiro debe ser lo que
distingue a la historia así originada. El tremendo rango de un simple tiempo
continuo es creado reteniendo la respiración, absteniendo ascéticamente la
exhalación. Es una extensión de tiempo que proporcionó al hombre occidental la
posibilidad de trabajar continuamente en el único opus de la construcción de la
civilización técnica. El mundo mítico se caracterizaba por recordar y olvidar,
Mnemósine y Leteo, inhalación y exhalación.
Por esta razón cada presente individual era demasiado breve para permitir un
continuo desarrollo cultural a través de los siglos, en el
sentido de ese "progreso" que es típico del eón cristiano. En la
situación mítica, no había un único tiempo como el contenedor de todos los
momentos; cada momento o fenómeno tenía su tiempo, era un tiempo,
y un nuevo momento o fenómeno era también el comienzo de un nuevo y diferente
tiempo. Porque aquí el momento no era un elemento dentro del tiempo continuo,
sino un tiempo distinto en su propio derecho, casi no había lugar para una
continuidad más larga. (9) Cada tiempo no sólo era demasiado corto, sino que sobre
todo llegaba junto con su "carrera" en busca de su
realización, su propio apocalipsis: la manifestación y la experiencia de su
significado imaginal.
Esta fue la dinámica pre-profética de los
fenómenos. Se gastaban orgiásticamente a sí mismos por su significado
arquetipal. Quedaban exhaustos para nada más que la exhibición de su brillo,
sin dejar nada para los que no habían estado presentes, para los que no habían
participado de su experiencia iniciática: ningún resultado práctico, nada positivo para
transmitir a la siguiente generación, nada que pudiera servir como escalón para
un desarrollo progresivo. La siguiente generación tenía que empezar de nuevo y
hacer su propia respiración-y-exhalación.
Aplicando a cada nueva situación el
esquema arquetipal conquistado por la humanidad por los profetas del Antiguo
Testamento (y esto sólo mediante la prevención de cada fenómeno o presente de
perderse a sí mismo en el brillo de su "verdad") podría uno aferrarse
a algo positivo que podría perdurar más allá de su tiempo: el sellado de la
verdad del momento en un libro lógicamente despojado del momento de su
transitoriedad epifánica, abstraído y "rescatado" de su auto-abandono
a su muerte = a su significado visionario. El momento se redujo así a su aspecto
de "información", permanente abstracto, que podría, al margen de
cualquier experiencia epifánica iniciática, ser enseñada y
aprendida intelectualmente y creída en la fe o disputada en la
duda. (10) Como el acto congelado de una inhalación exclusiva, fue percibido sólo
como un resultado positivo (como una cuestión de hecho, no como una experiencia
significativa) y por lo tanto fue capaz de servir como base para construir. Se
había creado una dinámica totalmente nueva. La detención de la dinámica
original del momento se descolgó del presente, del cual había sido una parte
integral e inalienable, y permitió que cambiase su dirección. Su energía que,
si no hubiese sido perturbada, se habría encaminado hacia su propio fin, ahora
se utiliza como un medio para que una civilización se separe de la experiencia
de la generación anterior (ahora, a priori, sólo pudiendo ser
percibida como resultados fijos) hacia nuevos niveles de civilización y de
conciencia. El dinamismo se convierte en una potencia motriz para ser utilizada
siempre de nuevo para el propósito del único súper-momento, la única narrativa
lineal inaugurada por los profetas. (11) La aplicación laboriosa de esta
potencia motriz para todos los aspectos del mundo en la ciencia, la tecnología
y la industria es esa dinámica temporal-general que llamamos
"progreso". Permitió el cada vez más abarcador y detallado
sometimiento del mundo bajo la verdad del único momento detenido y la continua
aceleración del hombre occidental por encima de lo "natural" y la
separación de ello.
Por lo que puedo ver, sólo hay cuatro
tipos de enfoques o teorías de la historia en su conjunto: 1. Los enfoques
analíticos que se encuentran en las crónicas; 2. La concepción cíclica del
tiempo, las ideas de un eterno retorno (probablemente siguiendo el modelo de la
sucesión del día y la noche o de las recurrentes estaciones del año); 3. La
teoría de la degeneración, imaginando la historia como un declive desde la Edad
de Oro a la Edad de Hierro o al kali yuga indio (el modelo
para este punto de vista es probablemente el envejecimiento biológico de los
seres humanos); y 4. La teoría de la evolución o de progreso de la historia
(inspirada en la idea del crecimiento de las plantas o en la de los niños que
se convierten en adultos).
Ahora podemos añadir un quinto punto de
vista de la historia: la involución de todos los tiempos en
uno de sus momentos. Lo que desde un punto de vista apareció como el ascenso usurpatorio
de un momento por encima de todos los demás momentos de igual rango, puede
desde otro ser visto como una monomaníaca concentración sobre este solo
instante y la instalación de toda la vida, todo el tiempo, todas las cosas y
acontecimientos dentro de sus estrechos límites. Esta concepción, sin embargo,
nos exige algún esfuerzo mental, un considerable ejercicio de la mente. De lo
que esto trata ya no puede ser más percibido o imaginado pictóricamente.
Tenemos que aceptar el reto de pensar la extensión infinita de tiempo lineal
indefinida como teniendo su lugar en un punto geométrico sin extensión: la
historia, la cual es sobre todo la historia del progreso científico y
tecnológico y de la increíble acumulación de conocimiento sobre todos los
detalles de la realidad y de la penetración a las galaxias cada vez más
distantes del universo y a los cada vez más microscópicos recovecos de la
materia—esta historia en expansión como el continuo colapso
del universo en un (en el) Agujero Negro.
Notas
1. De acuerdo con la interpretación
tradicional masoreta, las formas verbales son entendidas como imperativos, Dios
instruye al profeta para hacer lo que los verbos dicen. Por razones
gramaticales, así como exegéticas, la erudición moderna los lee como expresando
algo que el profeta hace por su propia voluntad.
2. Die
Bibel in heutigem Deutsch: Die gute Nachricht des Alten und Neuen Testaments (Stuttgart:
Deutsche Bibelgesellschaft, 1982), mi traducción.
3. Hans Walter
Wolff, "'So sprach Jahwe zu mir, als die Hand mich packte'. Was
haben die Propheten erfahren?" En Herrenalber Texte 51
(1984): 9-21, mi traducción.
4. Esta es una afirmación sobre un estado
ontológico (o lógico) y por lo tanto no debe ser escuchada como una evaluación
moral.
5. Ha habido bastante debate sobre este
tema. Véase, por ejemplo, E. N. Gardiner, Olympia (1925), pp.
63ff; L. Dress, Der Ursprung der Olympischen Spiele (Beiträge
zur Lehre und Foschung der Leibeserziehung 13, 1962); M. F. Cornford, "El
Origen de los Juegos Olímpicos", en J. E. Harrison, Themis (1912),
pp. 212ff; Walter Burkert, Homo Necans, (Berlín y Nueva York: de
Gruyter, 1972), pp. 108-119.
6. Estoy en deuda con James Hersh por esta
formulación.
7. Esta cuestión podría imprimirse a sí
misma en nosotros incluso más adelante cuando lleguemos a la discusión de un
pasaje de Ezequiel que muestra la conexión entre el aplazamiento del
cumplimiento y el anhelo de una superación de la muerte y para la Vida Eterna.
8. Walther
Zimmerli, "Das Wort des göttlichen Selbsterweises (Erweiswort), eine
prophetische Gattung", en Mélanges Bibliques rédigés en l'honneur
de A. Robert, 1957, pp. 154-164.
9. En lugar de esta continuidad que
permite el desarrollo progresivo, los pueblos arcaicos tenían un tipo diferente
de continuidad: la tradición, una continuidad de significado.
10. Ambas, la creencia religiosa y el
conocimiento científico, dependen de la positivización de la verdad como
palabra escrita. Una epifanía posiblemente no podría ser "creída".
Era una experiencia, lo cual significa que como lógicamente
transitoria (no positiva, no "escrita") se "transfiere"
a la persona que experimenta el cumplimiento, iluminándolo a su paso.
11. Esto está muy claro en el pasaje de
Ezequiel: El cumplimiento de la promesa de Dios en el fin de los tiempos no
tiene la calidad de un brillo de significado, sin finalidad,
sino un propósito exterior y positivo—que "sirve como prueba [factual]",
ganando una discusión.